Allí pudieron contemplar el hermoso sarcófago de la princesa recién extraído de la cámara mortuoria. Pujaron por él hasta que uno de ellos fijó una suma demasiado alta para los demás e hizo que algunos nativos trasladaran la valiosa pieza a su hotel. Horas más tarde, el nuevo propietario del sarcófago se internó solo en las arenas del desierto y no volvió a ser visto jamás. Al día siguiente, uno de sus tres compañeros perdió un brazo tras ser herido accidentalmente por el disparo de uno de sus criados egipcios. La maldición atacó a los dos restantes al volver a Inglaterra: uno descubrió que sus ahorros se habían esfumado; el otro quedó inutilizado por una grave enfermedad y terminó sus días vendiendo cerillas en la calle.
Tiempo después, y tras la racha de infortunios, el sarcófago llegó a Inglaterra dejando un rastro de desgracias. Su nuevo dueño, un empresario del lugar, sería una nueva víctima de la cadena de extraños percances: tres de sus parientes resultaron heridos en un accidente de coche y su casa se incendió. La superstición pudo con el caballero, y donó la pieza al Museo Británico. La supuesta maldición actuó ya durante el transporte del objeto, ya que el camión se puso en marcha de forma inesperada y atropelló a un peatón. Además, uno de los operarios que lo llevaba se rompió una pierna y otro murió a los pocos días aquejado por una enfermedad desconocida. Los problemas se agravaron cuando el precioso ataúd se colocó en la sala egipcia del museo: los vigilantes escuchaban golpes y sollozos que venían del interior del sarcófago; otras piezas se movían sin causa aparente; se encontró a un guardián muerto durante la ronda y los otros dejaron el trabajo; las limpiadoras se negaban a trabajar cerca de la momia… Por fin se decidió trasladar la pieza al sótano para evitar problemas. No funcionó. Uno de los conservadores murió y su ayudante cayó muy enfermo.
La prensa comenzó a hacerse eco de la maldición. Un reportero hizo una fotografía del sarcófago. Cuando la reveló, había una horripilante cara humana en lugar del pacífico rostro bellamente pintado en la madera. Se dice que, tras contemplar la imagen durante un rato, el fotógrafo se fue a casa y se pegó un tiro. Finalmente, el Museo Británico decidió desprenderse de la “Princesa”. Un coleccionista la compró y, tras la clásica cadena de muertes y desgracias, la encerró en el desván y buscó ayuda.
¿Leyendas? ¿Una serie de acontecimientos y casualidades frutos del azar? ¿O quizas, UNA MALDICIÓN REAL
Traído a ustedes por MITOS
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